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Al igual que la Historia Secreta de Excalibur, esta historia fue impresa en la revista Jump Gold Selection 3 y no es un FanFic, sino una historia más que se desprende de la serie. Se ubica entre las sagas de las Doce Casas y Asgard y aborda el tema que ya todos sospechábamos: el amor que le tiene Saori a Seiya.
Las doce llamas que marcaban el paso del tiempo en la torre del Reloj de Fuego ya se habían desvanecido. En el cielo nocturno, como tratando de aliviar las heridas de los jóvenes que por primera vez en la historia habían desafiado al Santuario, en la ya llamada batalla de las Doce Casas,el resplandor de innumerables estrellas iluminaba suavemente. La cruel batalla que había durado más de doce horas, aquí había llegado a su fin.
Saori continuaba llamando a Seiya desde el fondo
de su corazón Seiya, al que le habían separado de su hermana, su único familiar en este mundo, al que habían tomado como candidato a Caballero y forzado a un durísimo entrenamiento, como aquel que se piensa que no vale nada y se convierte en un juguete del viento odiaba su destino y con todas sus fuerzas trataba de volcar toda su impaciencia y su ira sobre Saori. Saori cuanto más se revolvía contra
ella pensaba que más lo odiaba, pero sin embargo ya desde su
infancia había comprendido una cosa Saori sentía como todos ellos bajaban la
cabeza ante la autoridad del presidente de la Fundación Mitsumasa
Kido, no ante ella por su voluntad. Su soledad, impaciencia, inestabilidad,
ira.....cuando se miraba a si misma en los ojos de Seiya se daba cuanta
de que eran iguales. Y mientras atormentaba a Seiya, a la vez, gritaba
desde el fondo de su alma. Hacía seis años que Seiya y los demás para obtener sus Armaduras habían sido dispersados por el mundo. Cuando de nuevo volvieron a Japón ella les enfrentó a una nueva prueba, el llamado Torneo Galáctico. Sólo para conseguir sus Armaduras habían sufrido muchísimo y ella cruelmente les había ordenado que lucharan entre ellos. Saori, ciertamente, se comportaba como la reina ante la cual los esclavos que luchaban en el Coliseo, ya desde las antiguas leyendas griegas, se inclinaban y admiraban. Al menos no había duda de que así es como miraba a Seiya y a los otros. Incluso cuando el semblante de Seiya que vestía la Armadura de Pegaso y que se había desarrollado vigorosamente, desprendía la rebosante autoconfianza del Caballero en que se había convertido y que se encontraba ante ella, los ojos de Saori que le contemplaban seguían viéndole como en el pasado. Saori se trago sus palabras de agradecimiento para Seiya. De qué serviría decir ahora esas palabras. El Cosmos que como Athena despertaba dentro de ella, sentía claramente que este Torneo Galáctico no sería más que un fácil preludio, y que de ahora en adelante excesivas batallas involucrarían a Seiya y los otros Caballeros. Desde entonces, pasaron tiempos tormentosos y en algún momento desapareció la fría tirantez entre Saori y los Caballeros. En cada momento de duras pruebas o de repetidas batallas que pasaban juntos, cada vez que superaban un obstáculo, la distancia se iba estrechando. Saori ya no era Saori Kido, era Athena...Seiya y los otros como Caballeros de Athena habían protegido a Saori y Saori también quería protegerles a ellos. -¡Saori-san!, ¡Athena!, ¡Seiya! Durante toda la batalla la sonrisa de Seiya que atravesaba las barreras del tiempo, en algunos momentos llego a deslumbrarla. Por supuesto, Seiya no la ofrecía para Saori Kido, sino para Athena y para el símbolo de la paz que traería a la Tierra que ella representaba. Sin embargo Saori se alegro de poder devolver esa sonrisa desde dentro de su corazón. Cuando eran niños, dentro de su corazón gritaba a Seiya y la respuesta a ese ruego ahora se la había estado devolviendo convertida en una dulce sonrisa. Cuando ese cálido sentimiento bullía en su pecho, de repente Saori dejaba de ser Athena, volvía a ser una simple joven. Además, ahora, cuando sentía la calidez del rostro de Seiya , herido y exhausto, como si durmiera, reposando sobre su pecho, el dolor provocado por la flecha de oro disparada por Tremi de Sagita desaparecía y se convertía en una sensación de bienestar. Sin que ya los Caballeros tuvieran que enfrentarse a crueles batallas, sin tener que llevar a sus espaldas la pesada responsabilidad de Athena, así, de esta forma, deseaba estar para siempre. La expresión del rostro de Saori que alzaba la vista lanzando una demanda a la estatua de Athena que se alzaba dominante justo a su lado, era la expresión de Saori Kido, la simple chica que ciertamente parecía asustada como un pajarito que empieza a levantar el vuelo. Había un hombre que se había quedado silenciosamente vigilando los movimientos de Saori, Mu Caballero Dorado de Aries. A la mañana del día siguiente, una oleada de clamores que rompían el silencio,sacudieron el Santuario. Era el clamor que todos alzaban para alabar a Athena y celebraban su advenimiento. Debido a la conspiración de Saga de Géminis su figura había estado envuelta en un velo de misterio e incluso algunos habían dudado de su existencia, pero, ahora la misma diosa se mostraba ante ellos en toda su hermosura y nobleza. Todos los habitantes del Santuario se regocijaban del resultado de la batalla y la victoria de la justicia y rezaban, confiaban en que de ahora en adelante la paz devuelta perduraría para siempre. Ese era el mismo sentimiento que albergaba Saori. El Santuario que era un lugar que podría considerarse como un punto clave para el mantenimiento de la Tierra se había convertido en un campo de batalla y la sangre de muchos amigos había sido vertida. En la dulce y a la vez llena de fuerza sonrisa que Athena devolvía a los que estaban ante ella no había nadie que pudiera percibir un solo punto oscuro. Excepto una persona.... En las afueras del Santuario, en un frondoso bosque se alzaba silencioso un antiguo y pequeño templo que nadie advertía. Era conocido como "La Fuente de Athena", pero esto no era por que allí existiese una hermosa fuente sino por que el aire de esos alrededores durante miles de años , había parecido como si punzase la piel, helándola Incluso dentro del Santuario podría decirse que casi nadie conocía la existencia de este templo. Era como una UVI( Unidad de Cuidados Intensivos) para Caballeros. Y tanto Seiya como sus compañeros, los cinco, que habían quedado agonizando tras las graves heridas recibidas en la batalla, ahora estaban siendo allí atendidos en todo lo que fuera posible hacer por ellos. En ese bosque de oscuro verdor, con la falda del vestido, completamente blanco casi transparente, ondeando tras ella, Saori andaba presurosa. -Imaginaba que vendríais Athena-
Mu estaba leyendo su corazón y comprendía perfectamente que la muchacha que estaba ante él no era Athena era Saori Kido. -Pero si llegara a perder a Seiya yo... Sólo con pensarlo su autodominio se volvía incluso más frágil que el vestido de seda que llevaba. -Por favor, apártate Mu-. Saori trató de escabullirse de Mu, pero por alguna razón sus piernas parecían estar atadas por alambres y no podía moverse. -El amor de Athena....sólo en un Caballero...en uno....- Saori tenía la sensación de poder oír los gemidos y el débil latido del pulso de Hyoga, Shiryu, Shun e Ikki que junto con Seiya permanecían tendidos sin sentido en la Fuente de Athena, intentando con todas sus fuerzas volver a hacer arder la llama de sus vidas que se desvanecía. Y no sólo eran ellos, el corazón de Saori se compungía al recordar los numerosos Caballeros que por Athena habían caído y vertido su sangre. Ante esta situación Mu le explicó a Saori el origen del nombre de la Fuente de Athena En los tiempos mitológicos, cada vez que tenía lugar una guerra sagrada, los Caballeros que recibían heridas mortales eran llevados a ese templo. Se decía que un golpe de los Caballeros podía desgarrar el aire, y con una patada romper el suelo. Incluso los que llevaban Armadura de Bronce en un segundo podían lanzar más de cien golpes que rebasaban la velocidad del sonido. Los Caballeros de Plata podían lanzar el doble o incluso el triple y con respecto a aquellos que portaban las Armaduras Doradas se decía que podían lanzar más de cien millones de golpes que alcanzaban la velocidad de la luz. Por tanto, sus combates eran algo inimaginable y así mismo el daño que podían recibir no podía ser poco. La estructura de la materia, es decir el fundamento de la misma era atacada y se llegaba a romper por lo que ni siquiera los médicos actuales podrían posiblemente salvar a la mayoría de los heridos en estas luchas. Muchos de los Caballeros heridos, esperaban apaciblemente en este templo del Santuario, que era como su segunda casa, a que la muerte viniera a buscarlos. Pero entonces, dice la leyenda, que desde las lejanas alturas de la Estatua de Athena cayó una lágrima. Una lágrima que era como un Cosmos dorado que humedecía un reseco desierto como si de un oasis se tratara. Este cosmos envolvió todo el templo y sus alrededores y se dice que todos los Caballeros se recobraron de sus heridas salvando sus vidas. Saori, aún con dolor comprendió bien el sentido de lo que Mu quería indirectamente decirle con esa historia. Al volverse y mirar hacia el cielo, a través de los frondosos árboles podía ver la expresión noble y a la vez dulce de la estatua de Athena. -Ya no sois una simple joven, como la reencarnación de Athena en esta época moderna donde todavía pululan las fuerzas malignas tendréis que librar muchas batallas-. Esta vez no miró a Saori directamente por el contrario permaneció con la mirada apartada de ella quizá con respeto como si esa fuera la prueba de que la reconocía como Athena y la veneraba o tal vez fue producto de un extraño presentimiento al percibir que desde la lejanía la estrella polar había empezado a emitir un Cosmos inquietante. Finalmente tras hacer a Saori una respetuosa reverencia
Mu desapareció entre los árboles. -El amor de...Athena... En contraste con su agitado corazón el Mar Egeo que contemplaba desde el avión brillaba suavemente en un tono verde esmeralda. Ya habían pasado varios días desde que Saori abandonó el Santuario y a pesar de que la estación templada ya había llegado, en el Santuario el tiempo permanecía siendo limpio y fresco como si él también celebrase el advenimiento de Athena. Sin embargo esa mañana, por alguna razón, había momentos en que podía sentirse una intensa corriente helada. En la Fuente de Athena, donde recibían toda la atención que era posible, Seiya y sus compañeros aún no habían recobrado el sentido y todavía vagaban por la frontera entre la vida y la muerte. ¿Sería que sus cuerpo, al igual que sus Armaduras, no iban a sobrevivir a la batalla de las Doce Casas? La intranquilidad de los Caballeros Dorados había
aumentado considerablemente cuando recibieron de Mu la noticia de que
las Armaduras de Seiya y los demás habían muerto. Inmediatamente abrieron sus soñolientos ojos
con atención. Al igual que cuando cazaban en su tierra natal, permanentemente cubierta de nieve, contenían la respiración y controlaban su energía tratando de captar los efluvios de su presa. -¡Es esa habitación!- Los asesinos que atravesaban corriendo la amplia
galería, llegaron sin el menor extravío ante la habitación
donde los Caballeros de Bronce se recuperaban y de una fuerte patada
reventaron la puerta. -¿Qui...quién eres?- -Hum, alguien que se cuela en el Santuario como si
fuera una vulgar rata ladrona me pregunta a mi mi nombre....no me hagas
reír- Si la lucha se prolongaba, no sólo él
sino también sus indefensos amigos serían víctimas
del grupo de asesinos. Era un aura helada, de gran poder y rebosante de un poderoso instinto asesino, un aura incomparable con la de los asesinos de antes. La sombra blanca que salió de la arboleda lanzó un golpe a una velocidad imposible de seguir con la vista. -¡Se ha movido a la velocidad de la luz, como sólo los Caballeros Dorados deberían poder hacerlo! ¡Es un golpe a la velocidad de la luz!- Ikki se quedó petrificado ante el poderoso ataque helado que se le acercaba tiñendo el lugar con una luz blanco-azulada como si rasgara la noche. Un escalofrío recorrió su espalda. -En mi estado no voy a poder esquivarlo- Y no sólo eso, ni siquiera llevaba puesta su armadura, estaba a cuerpo descubierto. Ikki, que hasta entonces nunca había sentido
un auténtico temor a morir, vio como el dueño de la sombra
esbozaba una maliciosa sonrisa de triunfo, quizá fuera la sonrisa
con la que dicen que el Dios de la Muerte invita a los muertos. -¡Shaka!- Al abrir los ojos se encontró a Shaka de Virgo
parado frente a él protegiéndole del ataque de hielo.
-¿Pero por que los soldados de Asgard han...?- Shaka se planteaba esa pregunta. Realmente si alguien pretendía amenazar al Santuario este sin duda podría ser el mejor momento. La discordia interna causada por la rebelión de Saga se había solucionado y todo el Santuario se congregaba en unanimidad alrededor de Athena, pero de eso hacia poco tiempo, las cosas no estaban asentadas y Seiya y sus compañeros que habían demostrado, durante la batalla de las Doce Casas una capacidad superior a la de los Caballeros Dorados estaban agonizando, sin duda ahora eran un blanco fácil. -Sin embargo-murmuró Shaka preguntándose a sí mismo-La representante de Odín, Dios de Asgard, la Princesa Hilda, incluso en los países vecinos es amada y respetada por todos, se dice que rebosa bondad....- -Entonces ¿por qué? Antes de que Shaka pudiera terminar sus palabras Ikki se acercó a él. -Ya sea Odín, ya sea Hilda no podemos permitir que hagan lo que les plazca, debemos ir allí. -En tu estado actual es imposible que puedas enfrentarte a los legendarios Dioses Guerreros de Asgard. Además tu Armadura del Fénix al igual que las de tus compañeros vaga por la frontera entre la vida y la muerte. -¿Cómo?- -La Armadura del Fénix, el ave inmortal, que aún reducida a polvo o cenizas es capaz de resurgir, esta vez no puede sanar sus alas rotas. Sólo podemos confiar en la capacidad de Mu para repararla junto con las demás y en la capacidad de Seiya y los demás para superar sus heridas-. Ikki no pudo más que asentir ante las palabras de Shaka. Entonces se percató que la Armadura de Shaka que había recibido el golpe helado estaba como quemada recubierta de blanca escarcha. Mientras que Ikki ni con su golpe más poderoso había sido capaz de producir el más mínimo daño a la Armadura Dorada de Virgo. -Esa sombra blanca.....ese hombre, debía de ser uno de los legendarios Dioses Guerreros de Asgard. Por un momento en un lejano lugar de su consciencia
Ikki tuvo la sensación de ver cómo la Estrella Polar así
como las siete estrellas a las que correspondía su custodia brillaban
con un extraño resplandor. ©Saint
Seiya o los Caballeros del Zodiaco y todos sus personajes así
como sus características |
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